martes, 5 de agosto de 2008

Capítulo 5: Cenando y bailando en Ibiza...

A la hora indicada, a los coches de nuevo. Llegamos al restaurante para cenar. Lindo, lindo, lindo, con música chill out de fondo, que se va transformando más en The world is mine, a medida que pasan las horas y va bien para recordar que estamos en Ibiiizaaaa, señores. La mesa muy bonita; los servicios, mixtos; los entrantes, deliciosos; y el bogavante… ¡espectacular! La cena es amenizada con una bailarina contorsionista que deleita a los presentes con su danza del vientre, del fémur y del peroné, porque la muchacha parece de goma y en un plis se coloca el pie encima de la coronilla. Todas estamos de acuerdo que nosotras eso lo hacemos con los ojos cerrados. Nos referíamos a la tirantez de la cola de caballo que lucía la criatura, claro está.

Después de unas cuantas fotos y visitas al tocador de señoras (oficio que Xavi se pide para la próxima reencarnación), el grupo se divide. Unos regresan al hotel para reservar fuerzas para el día siguiente (ya eran casi las dos) y el resto… a la pista que falta gente. ¡Vamos que nos vamos!

Tunda tunda tunda tunda, toing toing. Tunda tunda tuing tuing… Le vamos cogiendo el gusto a la música y casi llegamos a apreciar hasta el cambio de ritmo. Claudio nos demuestra que no hay estilo que se le resista (del rock de Miguel Ríos al Techno House). Se sube a la tarima y se convierte en el rey del local, hasta que un camarero celosón le hace bajar.

Ahí estamos dándole al chunda chunda (musicalmente, entiéndase), cuando una colgada de la life y del éxtasis líquido, sólido y gaseoso (como mínimo) hace un espagat (el abrirse de piernas de toda la vida) en medio de la pista. Ahí se queda hasta que unos amigos la desenganchan del suelo. Se ve que ahora la llaman Billy Pistolas, por sus andares de cowboy, ya que como mínimo se partió la pelvis en cuatro cachos. Lo más impresionante... sus ojos que se le salían de la cara, no sé si por las drogas o por el chochazo que se había metido en medio la pista. Además según comentan testigos presenciales con ojo avizor, iba sin bragas. ¡Oleee Uxuuu imponiendo modas! Al rato una espontánea sube a la tarima y se ve que tampoco llevaba. Esta vez el camarero no dice nada y como es lógico le abucheamos.

Cuando el grupo que abandonó el local llega al paraíso del descanso, encabezados por Isabel A., empezaron a cantar: donde están las llaves, matarile, rile, rile... en el bolso de Clau matarile rile ro. Chimpón. Mientras Isabel A. esperaba la llegada de Claudio, se dedicó a copiar quinientas veces: No abandonaré ningún lugar sin comprobar si tengo las llaves de la habitación... Como la organización es nuestro fuerte, Isabel A. y Marta C. compartieron habitación hasta la llegada de Claudio.

Mientras en Ibiza, el cansancio iba haciendo mella, pero una visión nos saca del soponcio: una mezcla de Popeye, Brutus, Terminator y Mazinguer Zeta aparece en la pista. Era todo proporcionado, como nos hizo ver Garce (cierto, tienes razón), pero a lo grande. Era todo ibuprofeno (bueno las metadonas esas que se meten los culturistas). Era don mazas recauchutado. En la vida habíamos visto nada igual, ni en pressing catch (lástima que no hay foto).

Nos echaban del local, pero Marta G. quería continuar, le quedaba energía. Intentó convencer al personal, pero sin mucho éxito.

En la barra le dijeron que había un local en el que celebraban la fiesta de la Luna Llena, pero no podíamos ni con el alma. Decidimos ir a casita. En el coche Xavi intentaba convencernos para ir al local de la Luna Llena. Nadie aprobó la moción, ni Isabel G., ni Uxue, ni Lidia, ni yo misma. Insistió e insistió e insistió hasta el infinito, hizo pucheros y como el chiste del cura… date por jodía. Al final accedimos con una sola condición: cinco minutos, verlo y salir, cinco minutos de reloj. Así fue.

Muy chulas las butacas de la entrada y la pareja jincando en el sofá de la playa, la música tunda tunda y de Darek o cualquier espécimen parecido… ni rastro. ¿Ande lo encontraría la Obregón? Lo único decente de mirar, por el espectáculo que daba, era una persona humana en chándal y pantalones cortes que más que bailar parecía que tenía convulsiones. ¿Ande habría salío? ¿Cómo le habían dejado pasar los gorilas de la entrada? Misterios de la vida.

Tras los cinco minutos de rigor y la foto en los sofás gigantes de la entrada, regresamos al paraíso donde los habitantes del lugar habían descansado por fin, desde la llegada del misterioso grupo de numerosas mujeres y tres varones.

En el próximo capítulo: Cómo un senegalés confunde a Roso con una comeperros

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